Las dos caras de la inmigración

RODRIGO ORTEGA

Treinta años estará cumpliendo en unos meses más quien escribe estas líneas, desde su llegada en familia a este nórdico país. Y aunque a usted no necesariamente le importe aquello, le diré lo mismo que volcaré en este editorial un par de reflexiones que, lejos de encarnar una visión personalista, conllevan un no sé qué de colectivo.

Ocurre que durante estos últimos años, desde que he tenido el privilegio de conducir Pulso, he conocido a mucha gente de inmigración reciente. Ellos, a menudo cargados de esperanzas y proyectos, inevitablemente nos recuerdan a los más viejos que el camino para un inmigrante está sembrado de inmensas posibilidades, pero también de insospechados traspiés.

Optimismo, empezar de cero

Es una verdad de Perogrullo afirmar que para comenzar una vida nueva en otro país hay que empezar de cero y llenarse los pulmones no solo de aire, sino también de optimismo. Y a veces no es fácil. Ya abrir las maletas, recién llegados, se vuelve engorroso, pues en muchos casos no se tiene ni dónde poner las cosas y ni de almohada se dispone. Entonces vamos improvisando, doblando pantalones para que nos sirvan para reposar la cabeza en noches que nos traen un sueño con estrellas muchísimo más heladas que aquellas que nos vieron nacer (aunque sean las mismas). Pero todo eso no nos importa, seguimos dándole, con optimismo vamos construyendo nuestra estadía en el nuevo país. Y en este empezar de cero nos percatamos que aquí no es tan difícil como allá y vamos encontrándole el gusto a la cosa y al final nos vamos integrando.

Ese es el lado bueno.

Pero también hay ingratitudes y sinsabores. El trabajo, por ejemplo. Siempre cuesta al principio (y también después). Se hace de todo un poco, con o sin experiencia. Y al final termina uno ubicándose en lo suyo o en lo no tan suyo pero que le conviene. Sin embargo, y lamentablemente, el inmigrante en muchos casos vive situaciones difíciles que van desde el racismo y la discriminación a los muy bajos sueldos y debe enfrentar a menudo la precariedad laboral.

Barrios pobres, problemas sociales

Y cuando se trata de elegir un lugar donde vivir, ahí uno constata otro tipo de situaciones que no siempre saltan a la vista. Si uno observa, por ejemplo, la tensión social que se vive en el barrio St-Michel se da cuenta de que los problemas que allí se viven están casi todos ligados al lado oscuro de la inmigración: la pobreza. Según cifras de un informe de la Association d’études canadiennes (AEC) uno de cada cuatro inmigrantes, es decir el 26,9%, se encuentra en situación de pobreza, mientras que para las personas nacidas en Canadá el porcentaje es de 18,1%.

Esta moneda de dos caras es la que va caracterizando la vida de un inmigrante. No es ni tan dramático ni tan fácil, como a menudo se intenta simplificar el fenómeno.