Venga la esperanza

RODRIGO ORTEGA

No, no crea que voy a hablar de Trudeau. Me voy a referir aquí a la verdadera esperanza; no a los combates de boxeo ni a las poses y apretones de mano del recién electo primer ministro de Canadá, actos que tanto seducen a quienes creen que la política es solo imagen y canto de sirenas.

Me referiré a otra cosa.

Cuando uno contempla el acontecer social y político, no solo de Canadá, sino del mundo, rápidamente concluye que el panorama es desalentador. En el plano nacional, los recortes presupuestarios que afectan directamente a los programas sociales están llevando derechito a una pobreza cubierta y encubierta, y ello, nada menos que en un país calificado como de “desarrollado”. En el resto del mundo, invasiones petroleras, crisis alimentarias, corrupción de la clase política, entre muchos otros factores, alimentan ese desaliento.

Sin embargo, y paralelamente, hay algo que se mueve con un ritmo un poco más sutil, pero no por ello menos eficaz. Se trata de una conciencia de cambio que se está instalando poco a poco en grandes ca-pas de la sociedad mundial. Un fenómeno que, sin exagerar, se asemeja al paso de la Edad Media al Renacimiento.

Solo por citar un ejemplo. Millones de seres humanos están pidiendo a gritos que cese el daño infligido a la naturaleza y que, entre otras cosas, pare la máquina del falso desarrollo. Piden que se respete el medio ambiente. Una exigencia que en otra época hubiera sido calificada de “utopía hippie” o capricho de “comunista trasnochado”, como se solía ridiculizar a todo aquel que se opusiera a la frenética industrialización.

Hoy, por suerte, nadie se ríe de eso. Por el contrario, hay consenso en la urgencia de cambiar las cosas, que el desarrollo capitalista deje de destruir la naturaleza y que se revierta el principio de acumulación que tanto ha trastocado los valores humanos con el cacareado pretexto del “progreso”.

Eso es lo que está cambiando, ese el cuestionamiento mayor. Al igual que en los albores del Renacimiento cuando se puso en tela de juicio la suprema potestad de la Iglesia sobre todo quehacer humano, hoy se echa por tierra un modelo que contamina, genera pobreza y que lleva a mucha destrucción.

Los tiempos están cambiando. Y para bien.