Librería Las Américas recomienda: Sin fecha de caducidad

FRANCISCO HERMOSÍN

Una de las tareas más placenteras para un librero es aquella que consiste en abrir las cajas repletas de libros recién llegadas a la librería. Sentir el peso de éstos en las manos, ojearlos y leer las reseñas que figuran en sus cubiertas traseras, son algunos de los actos que suponen la prolongación de dicho goce. La culminación del mismo tiene lugar cuando los lectores a quienes ha recomendado estos libros deciden partir con ellos llevados por el entusiasmo que éstos hayan podido provocarles.

El tiempo medio del que el librero dispone para completar este ciclo es, por lo general, de poco más de tres meses, plazo a partir del cual está obligado a devolver al editor los volúmenes invendidos. Y esta es, precisamente, una de las tarea más ingrata a la que el librero debe hacer frente, pues cada libro invendido es una derrota en su cometido, en su afán de seducir al lector, de mostrarle y sugerirle determinados oasis en los que poder abrevar su sed de lectura.

El librero de nuevo, aquel que mercadea con hornadas de libros recién publicados, se ve abocado a adoptar el paradigma comercial de los tiempos en los que le ha tocado vivir. En este nuestro siglo adolescente, pareciera que la urgencia y el apresuramiento fueran condiciones sine qua non del éxito de ventas, lo que equivale a decir que un bestseller tan solo lo es si un gran número de ejemplares se ha granjeado los favores del público lector en un periodo lo más reducido posible de tiempo.

Este hecho carecería de importancia si no atentara contra uno de los aspectos fundamentales de la literatura: su naturaleza lenta y pausada. Facilitadora del adecuado proceso de maduración de la producción literaria, dicha naturaleza suele no obstante poner de manifiesto que el mejor libro no siempre es el que mejor se vende, y que, en cualquiera de los casos, un libro debiera ser concebido sin fecha de caducidad.