Desafíos de la economía social y solidaria

Al momento que imprimíamos Pulso, comenzaba en Montreal el Tercer Foro Mundial de la Economía Social. El encuentro reunió a cerca de dos mil participantes de sesenta países. Todo indica que el dinamismo de este tipo de economía tiene perspectivas futuras pues apunta a un movimiento por el bien común donde los consumidores pasan a ser ciudadanos.

MARCELO SOLERVICENS

La reunión mundial confirma que la economía social (ES) se ha transformado en un vasto movimiento social reconocido mundialmente. En Quebec la es un sector económico que cuenta con 7.000 actores y con más de 150 mil asalariados, además de haber pasado de una cifra de negocios de 17 mil millones, en 2002, a 33 mil millones de dólares en 2015. Un sector que enfrenta enormes desafíos.

En primer lugar es necesario centrarse en el concepto de economía social. Lejos de ser un debate académico, la definición permite interpelar si tal movimiento es complementario y funcional para el desarrollo del sector privado al ocupar los sectores no rentables, pero necesarios y a más bajo costo que el Estado. O bien, como plantean algunos, que a pesar de ello, favorece la participación y el diseño de otra economía, solidaria, que es alternativa a una economía neoliberal no viable tanto por que engendra la crisis climática, como porque carbura al aumento de las desigualdades sociales.

Lo que no es

Las definiciones muestran esa tensión originaria. Los organizadores del Foro la definen por lo que no es: “son las actividades económicas que no son ni gubernamentales ni privadas. Ellas son viables aunque ellas no aspiren a la maximización de la ganancia sino que más bien a la maximización del bienestar de su comunidad o de sus miembros”. Esa definición es tan amplia que permite englobar desde cooperativas como las Caisses Desjardins, que han abandonando la lógica de servicio y que cierran las sucursales cuando no son rentables, hasta iniciativas ciudadanas que no corresponden a lógicas económicas propiamente tales, como grupos de ayuda mutua, pasando por guarderías y empresas de servicios sin fines de lucro.

Otros, como el gobierno de Quebec, que terminó respondiendo a las presiones sociales adoptando una ley marco, estima que la economía social se caracteriza por su función social en la venta de bienes y servicios, su gobernanza democrática y porque su capital es social y no puede ser enajenado individualmente.

El carácter alternativo

Ambas definiciones reconocen limitadamente el carácter alternativo de la economía social porque está orientada por el bien común y la solidaridad, y no por la lógica de la colmena de la teoría econó- mica clásica, donde empresarios movidos por su ganancia individual producen el bien común como efecto colateral. Sí existen percepciones que reconocen que la economía social prefigura otro desarrollo: son las concepciones del “buen vivir” basadas en tradiciones indígenas en Ecuador o en Bolivia. Apuntan a un movimiento por el bien común que corresponde a un nuevo paradigma en que los consumidores pasan a ser ciudadanos.

En segundo lugar, el análisis histórico revela una filiación entre los actuales actores de la economía social y los movimientos sociales desde los años sesenta en Quebec, movimientos ciud adanos de empoderamiento local. El ejemplo más evidente es el movimiento por las guarderías que obtuvo el reconocimiento estatal. Filiación también con el cambio en las políticas públicas neoliberales privatizadoras asociadas al fin del llamado estado providencia. La privatización de servicios públicos, incluyó también la economía social. Pero al mismo tiempo, esas políticas públicas favorecieron la participación ciudadana en el desarrollo local. El Talón de Aquiles sin embargo está en el carácter marginal de la economía social. En ningún caso pueden compararse los 100 millones del plan de acción 2015-2020 de la economía social gubernamental, con los miles de millones en subvenciones que recibe Bombardier y otros semejantes.

Perspectivas

Finalmente, la fragilidad del sector de la economía social viene de políticas públicas que imponen lógicas reñidas con la función social, exigiendo a cambio de la ayuda ratios que niegan el objetivo social de la misión del sector. Ello quedó en evidencia con los recortes presupuestarios del gobierno liberal: eliminación de instancias regionales de concertación como los CRE o de apoyo como las CDEC y su paso a las municipalidades que cuentan con recursos y experiencia limitados. Todo indica que el dinamismo de la economía social tiene perspectivas futuras. Ella se nutre del fracaso de las políticas públicas neoliberales y de la necesidad ciudadana de organizarse para mejorar su calidad de vida por la ayuda, la solidaridad y la donación de su tiempo.

Todo ello por medios en abierta ruptura con la lógica de la ganancia a toda costa del sector privado que privilegian las políticas públicas. Tras experiencias prácticas aparentemente frágiles se revela la factibilidad de otra economía, con una respuesta más acorde con los desafíos del planeta: la crisis climática y el aumento de las desigualdades.