Là où je me terre, de Caroline Dawson: escenas del exilio a través de los ojos de una niña chilena

Caroline Dawson y su libro autobiográfico. La escritora chilena llegó a Quebec a los siete años, en 1986, y cuenta su vida en episodios cortos e interesantes. FOTO : RADIO-CANADA


José Del Pozo

Caroline Dawson es una joven chilena, llegada a Montreal en diciembre de 1986, cuando tenía siete años, con sus padres y sus dos hermanos, huyendo de la dictadura. Los primeros años fueron difíciles: los padres trabajaban duramente, muchas veces de noche, haciendo aseo en casas y oficinas. Con el tiempo, la familia logró un mejor nivel de vida, adquiriendo una casa en Brossard. Y la joven Caroline, gran lectora y muy dedicada a los estudios, es hoy profesora de sociología en el Cégep de Longueuil.  Con su libro testimonial Là où je me terre  (que se podría traducir, aproximadamente, por « el lugar donde me escondo »), nos entrega su visión sobre lo que fue el difícil proceso de llegada a un país extraño, el sacrificio de sus padres por dar una vida mejor a sus hijos, y sobre todo, sus esfuerzos por integrarse a la sociedad quebequense y al idioma francés.

Un texto fluido, de capítulos cortos, como una suite de pinceladas sobre su vida en Quebec, que atrae al lector desde el comienzo hasta el fin.

El libro tiene dos grandes virtudes: por una parte, el manejo de la lengua, expresado en frases cortas, que expresan con precisión los sentimientos y la descripción de ambientes que la autora busca transmitir al lector, empleando a veces términos del francés hablado en Quebec. Hablando de su vida en el barrio Hochelaga-Maisonneuve, donde pasaron buena parte de su infancia, dice: “Hochelag’, c’était surtout juste chez nous.  Béttoné, crade, frette, poussiéreux. Ça puait tout le temps sur Sainte-Catherine Est. Les roteux, la marde de chien, la pisse de gars saoul, le sperme séché, les vieilles botches de cigarrette, la bière cheap tablette, les vidanges qu’on met sur le bord du trottoir n’importe quel jour…” (83) El resultado es un texto fluido, de capítulos cortos, como una  suite de pinceladas sobre su vida en Quebec, que atrae al lector desde el comienzo hasta el fin.

El otro aspecto sobresaliente es el análisis que la autora hace del problema identitario, de cómo luchó desde los inicios por integrarse a la nueva sociedad, y alcanzando un gran dominio de la lengua francesa, que logra hablar sin acento extranjero y con un amplio vocabulario. Pero este logro, por importante que fuera, no le evitó vivir episodios de humillación y de sufrimiento, en su afán de ser percibida como una más y no como “otra”. En la escuela, pese a presentarse con su nombre, Caroline, pronunciándolo sin acento, su aspecto físico hacía que sus compañeras le preguntaran si era adoptada (66). Peor fue la experiencia vivida en un campo de día, en verano, cuando un muchacho la trató de  “grosse négresse” (107). Se sintió obligada a dejar de comer los sándwiches de palta o con manjar blanco que su madre le preparaba, siguiendo las costumbres chilenas, porque sus compañeras de curso encontraban que eran aderezos repugnantes (68). Cuando ya era adolescente, en una conversación con sus compañeras de escuela, cometió un error de lenguaje al decir  “Peter a cruisé Lola”, en lugar de “crouzer”. Ante la hilaridad suscitada entre sus compañeras, se sintió humillada, a tal punto que concluyó que no eran sus amigas y que nunca lo serían. Tan fuerte fue su impresión que desde ese día comenzó a mirar los canales de televisión de Estados Unidos (116-117).

Sentía rabia al ver que los hijos de los patrones trataban con familiaridad despectiva a su madre.

La sensibilidad de la autora se forjó por la conciencia de la dura condición en que trabajaban sus padres, efectuando tareas anónimas, que se hacían humillantes ante el trato irrespetuoso recibido en algunas casas. Caroline, que acompañaba a sus padres en algunas ocasiones, sentía rabia al ver que los hijos de los patrones trataban con familiaridad despectiva a su madre,  tuteándola y sin dirigirse a ella como “señora” (140).

La decisión de integrarse y adoptar el francés como lengua de expresión llevó a la autora, cuando fue adulta y madre, a darse cuenta de que estaba abandonando el uso del español, que siempre habían hablado en su familia, pero que ahora empleaba sólo en conversaciones banales. Ya no pensaba en español ni lo utilizaba para expresar su visión del mundo. Más aún, tampoco lo empleó al criar a su hijo, contrariamente a su padre, un sueco, que sí le hablaba en su lengua materna, lo que la hizo sentir vergüenza (188).

A lo largo de este libro, como lector de otra generación y como historiador, hay algo que echo de menos: la autora casi no habla de sus relaciones –que debe haber tenido en algún momento– con otros chilenos. O si participó en actividades relacionadas con Chile, que tantos otros refugiados como los de su familia, realizaron desde su llegada. ¿Jugaron esos factores algún papel en su proceso identitario? No lo sabemos. Tampoco dice si alguna vez viajó a Chile. En cambio, menciona un viaje a Cuba con su familia, donde vivió una experiencia paradojal: se sintió “latina”, y orgullosa de serlo, pero ese sentimiento se perdió tras una conversación con una cubana que conoció en la playa, con la cual había trabado amistad. La mujer le dijo que ella no era una “verdadera chilena” ni tampoco una verdadera latina, ya que estaba demasiado bien alimentada mientras que “en Cuba, todos se mueren de hambre”. Además, Caroline  cometió el error de decir que de Chile no echaba nada de menos (120-121). 

Debemos estar agradecidos a Caroline por su honestidad al contarnos su difícil recorrido, sus esfuerzos por integrarse, sus dudas y  temores. Seguramente lo que aparece en su relato ha sido vivido por otros jóvenes llegados de otras latitudes, que podrán sentirse identificados con la lectura de su libro. Y que disfrutarán con su escritura.

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 où je me terre. Montréal, Les Éditions du remue-ménage, 2021, 205 pages. Pese a que la portada se presenta como novela, se trata en realidad de un ensayo autobiográfico.