Amistad

“En su último correo, mi amiga brillantemente notó que nuestra forma de comunicación es totalmente opuesta a la que predomina actualmente entre la gente”.

JAVIERA ARAYA

Con una buena amiga intercambiamos correos electrónicos cada cierto tiempo. Más o menos cada dos meses, ella me escribe un largo correo en el que me cuenta qué es lo que ha pasado en su vida desde la última vez que me envió un correo, para que sólo dos meses más tarde yo le responda contándole lo que ha pasado en mi vida desde la última vez que le escribí. Como vivimos muy lejos una de la otra, ésta es nuestra única forma de comunicación y – como podrán imaginarse – sufre de un alto grado de desfase entre lo que cada una de nosotras sabe de la otra, y lo que realmente está pasando en nuestras vidas. O sea, técnicamente, cuando yo respondo dos meses después su correo, no tengo ninguna garantía de que las cosas que ella me cuenta sigan siendo realmente de la manera en que yo las había descrito dos meses antes. Y lo mismo al revés, cuando ella responde mis correos. Podríamos enviarnos cartas y sería parecido.

En su último correo, mi amiga brillantemente notó que nuestra forma de comunicación es totalmente opuesta a la que predomina actualmente entre la gente. Zuckerberg, las millonarias empresas tecnológicas situadas en California, e incluso Graham Bell no deben entender por qué, pudiendo intercambiar mensajes breves a los que podríamos responder instantáneamente, decidimos escribirnos largos mensajes desactualizados respecto a nuestras vidas. Por qué en vez de llamarnos por algún programa computacional con el que incluso podríamos simultáneamente ver nuestras caras o en vez de chatear por nuestros celulares, decidimos esperar tanto para dar noticias la una a la otra.

La verdad es que, a pesar de que existen tantas otras alternativas a lo que actualmente hacemos, definitivamente preferimos escribir esos extensos correos en los que pasamos por distintos hechos de nuestras vidas, tomándonos el tiempo para describirlos, analizarlos y contarle a la otra lo que sentimos al respecto. En esos largos textos, no solo no nos interesa obtener nada de la otra – ni un “like” ni una reacción rápida y ansiosa – sino que a veces también ofrecemos consejos y compartimos emociones no necesariamente agradables, como tristeza. En realidad, cada vez estoy más convencida de que las complejas situaciones en las que nos pone la vida, y en cuya capacidad de compartirlas con otros reside la posibilidad de la amistad, pueden difícilmente transmitirse por algo que se haya inventado en Palo Alto o Silicon Valley y tenga fines de lucro.