Habla la Pachamama

FOTO: H. ZELL

RODRIGO ORTEGA

Y llegó. Tanto que se le espera a la Doña, tanto que se hace de rogar, hasta que se le ve aparecer cuando “el árbol conmovido de primavera alarga sus yemas hacia el cielo”, como poetizó, con su enorme sensibilidad, Gabriela Mistral.

En su arribo ha traído brotes y arrasado con un invierno que marcó profundamente los pasos de todos nosotros. El nórdico país se viste de colores y abre paso así a la primavera de Montreal.

Lo convencional e incluso cliché de las líneas precedentes se justifica con creces al constatar que no queda prácticamente otra alternativa que ponerse alegres con la llegada de las flores; el aire no respirado que ahora disfrutamos al salir de los cubículos en que pasamos gran parte de nuestras vidas durante los castigados inviernos de Quebec, queda definitivamente atrás.

¿Qué diría Platón de este prodigio primaveral? Respondería tal vez que el tema le importa un comino, o, más seguro, afirmaría que toda esta hermosura no es sino el reflejo de una belleza superior que pertenece al mundo de las ideas, las que, según él, existirían “antes” de las cosas bellas, concretas, que observamos con nuestros sentidos. Y mencionaría su famosa tríada de conceptos: bondad, belleza y verdad. El summum del festín para el filósofo griego.

¿Y qué dicen los indígenas al ver repuntar la primavera? Menos abstractos ellos, dicen simplemente que habla la Pachamama, que la Madre Tierra se está expresando, tal como lo hace en toda estación.

¿Y cuál sería el denominador común entre la filosofía de Platón, la cosmovisión indígena y esta primavera de Montreal, para que nos vayamos ubicando? El recuerdo de la unión es el factor de consenso, ese el vínculo que existe. Aunque lo hayamos olvidado, formamos parte de algo más grande que nosotros mismos. Los platónicos asocian ese “algo” al recuerdo de una idea que estaría por encima de todas las demás: Dios, en la cultura cristiana-occidental, encarnaría esa idea superior. Para la mayoría de los pueblos indígenas, no obstante, no hay duda que esa entidad suprema no tiene nada de abstracto. A esa divinidad ellos la denominan Madre Tierra, Pachamama.

Idealismo platónico, por un lado, y materialismo indígena por otro. Intangible Idea, concreta Tierra. Ambos, y pese a su aparente contraposición, se unen al rememorar que provienen de algo superior. Es el recuerdo de la unión a que aludimos más arriba, la reminiscencia del innegable hilo que mantenemos con algo más vasto.

En ello radica –y créamelo, pues se lo digo con conocimiento de causa– nuestra fascinación por la florida estación.