Crónica de una muerte imposible

RACHEL PEREDA PUÑALES (PRENSA LATINA)

Los grandes escritores están condenados a la vida eterna. Dejan el alma en cada una de sus obras y reviven en ellas continuamente. Ese es el caso de Gabriel García Márquez. A veces, cuando sentimos la necesidad de escribir sobre algo muy especial, las palabras se amontonan y huyen del papel en blanco como nerviosas por la difícil encomienda. Así me sucedió con este artículo.

Por tanto, decidí viajar una vez más a ese sitio donde siempre encuentro oculta una nueva anécdota. Volví a Macondo. Con José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán de la mano, recorrí nuevamente Cien años de soledad. Y llegué otra vez al Gabo. Me lo encontré con su rosa amarilla en la solapa, esperando para guiarme en ese viaje constante por el realismo mágico.

53 años, 7 meses y 11 días

Mi primera visita a Macondo ocurrió cuando apenas era adolescente. No fue tarea fácil encontrar el camino correcto para llegar a aquel pueblo y enfrentar el diluvio de los cuatro años, once meses y dos días.

Luego de ese primer encuentro vinieron otros cada vez más intensos. Me volví adicta a capturar las historias escondidas en las hojas más gastadas de los libros.

¿Quién espera 53 años, 7 meses y 11 días para estar con el amor de su vida? Ese fue el caso de Florentino Ariza, pues de un modo muy peculiar y con sus más de 300 amantes, me enseñó que hasta en los tiempos de cólera se puede amar.

Entre extraños sucesos conocí al Gabo desde la distancia, y con él, confirmé mi fuerte deseo por la escritura y por desnudar el alma en cada página en blanco. Me volví adicta a su obra, mágico universo que rescata las tradiciones ocultas de América Latina.

En esa encrucijada de metáforas no pude evitar escribirle al coronel para contarle los relatos de un náufrago y descubrir al general en su laberinto.

Recorrí caminos realmente sorprendentes con el gitano Melquíades y encontré la crónica de una muerte anunciada en los funerales de Mamá Grande.

Poco a poco supe que lo realmente doloroso de morir es que no sea de amor y que los días son subordinados de las historias más interesantes, pero atraparlas se vuelve una tarea difícil. La vida del Gabo estuvo llena de supersticiones y de esos amores que duran toda la vida como en sus novelas, y eso fue algo que también conquistó mi admiración. A cuatro años de su muerte, García Márquez reaparece como una prueba exquisita de la inmortalidad de los escritores.

La parca pensó que aquel 17 de abril podría llevárselo, pero le fallaron las cuentas. “Soy un escritor realista, porque creo que en América Latina todo es posible, todo es real”, confesó en una entrevista.