La porfiada línea de la Historia

Persistencia de la memoria. Salvador Dalí.

Rodrigo Ortega

Ya lo habrá usted notado. Estamos en periodo electoral en Quebec. Le escucho decir: “Y qué? De todas maneras la política no cambia nada ni en la sociedad ni en mí mismo”. Es verdad, aunque no completamente cierto. Es innegable que uno ve pasar candidatos elección tras elección y promesas tras promesas para luego darse cuenta de que no solo se está igual que antes de los comicios, sino que en muchos casos la situación se vuelve peor.

No obstante la premisa  anterior, las cosas no son tan simples como parecen. Al respecto, hace años, en conversación con un amigo, le dije: “No cambia nada y estamos cada vez más mal”. Me respondió: “Tienes que ver la Historia y los cambios sociales como una larga línea, como un proceso. Si te quedas solo con el presente no verás de dónde venimos y no notarás los cambios que se han experimentado a través del tiempo, los cuales muchas veces son imperceptibles en el momento presente, pero dentro de la extendida línea de la Historia es indudable que se avanza; poco, pero seguro”.

Y ahí señaló varios episodios cruciales: el Renacimiento, la Revolución Francesa, la Soviética y la descolonización de África. Procesos todos que yo conocía, pero el ejemplo valió la pena para salir de ese instante de “derrotismo” que aparentemente encarnaba mi persona en ese diálogo con mi amigo.

Con posterioridad asumí que sí, que hay cosas que van cambiando aunque sea lentamente, procesos que se instalan y que se mueven con sutileza, más allá de la contingencia que muchas veces parece estática o,  por el contrario, demasiado activa. Los movimientos de la Historia son lentos pero certeros. Es inevitable que en algo estamos avanzando con el paso de los años. Si no, aún estaríamos regidos por reyes con pelucas y la mujer ni siquiera tendría derecho a voto.

Existe una amplia paleta de niveles de análisis, pero hay dos que son esenciales: el presente que indica dónde estamos y el pasado que nos muestra de dónde venimos, dónde estábamos. Por lo tanto, es vano desalentarse.

Dicho esto, vuelvo al tema de las elecciones en Quebec. Aquí últimamente las cosas se mueven en una dirección opuesta al progreso; es innegable que ha habido un retroceso. Con los recientes gobiernos, tanto la salud como los servicios locales, por nombrar solo dos aspectos, han sufrido los embates de la denominada “austeridad” del gobierno liberal, que en buenas cuentas significa recortes en los programas sociales; es decir, en las necesidades esenciales de los ciudadanos que pagamos tasas e impuestos para recibir esos servicios. Los liberales en el poder han hecho todo lo posible por reducir el rol del Estado en prácticamente todas las esferas de la sociedad.

Los contragolpes que permiten avanzar

Los contragolpes generados por los ciudadanos que se oponen a la “austeridad” en Quebec han surgido con mayor fuerza debido a los problemas que producen los recortes presupuestarios.

Un par de ejemplos. Recientemente se ha venido instalando el tema del elevado sueldo de los médicos y de la necesidad de reducirlos para generar una mayor contratación, aspecto que contribuiría a mejorar el acceso de la gente a los servicios de salud. Lo mismo ha ocurrido con el transporte público. Ya son numerosos los intervinientes que piden reducir el precio de las tarifas de metro y autobuses. O, lisa y llanamente, proponen la gratuidad completa del sistema. Hace solo un par de años nadie hablaba de estos temas.

Es así cómo la porfiada línea de la Historia tiene su movimiento inexorable. Importante tenerlo en cuenta a la hora de votar. Preguntarse seriamente hacia dónde va el progreso. Y sobre todo quiénes lo encarnan.

Tampoco debe olvidarse que la Historia avanza y que al fin y al cabo se dirige siempre hacia el bien común.