La inmigración es pan, queso y juego

RODRIGO ORTEGA

Anduve recientemente por el barrio de Côte-des- Neiges. No ha cambiado mucho. Es el mismo de hace 30 años. Ahí uno se encuentra con gente de todas las nacionalidades. Mis hijos se criaron allá y fueron a la escuela con gente proveniente de prácticamente todos los puntos del planeta. No sé si exista un lugar más pluriétnico que Côte-des-Neiges. Mi hijo jugaba con unos niños argentinos y filipinos; mi hija tenía una amiga libanesa y otra hindú. El Parque Kent, los domingos, era –y sigue siendo– como una playa poblada en pleno verano, solo que en vez de quitasoles uno veía vestimentas multicolores en las personas que allí llegaban.

Traigo esto a colación porque hemos escuchado tantos comentarios últimamente en relación a la inmigración, que a veces uno se pierde en lo abstracto que pudiera resultar el tema. Se observa también que mucha gente se confunde porque, además, se termina politizando el asunto. En efecto, uno no hace sino abrir un periódico y he ahí que emerge alguna noticia u opinión al respecto. La inmigración, sin embargo, es materia muy concreta: se la puede palpar, ver, sufrir, disfrutar y es mucho menos complicado de lo que se quiere hacer creer. Así nos ocurría cuando vivíamos en Côte-des-Neiges. Nunca nos detuvimos a pensar si le gente que nos rodeaba constituía un estorbo o un peligro para la seguridad del país: comprábamos pan donde los polacos, queso Feta donde los griegos, cecinas donde los portugueses, baklavas donde los libaneses y pagábamos el arriendo a un quebequense. Y punto. Nadie se complicaba más la vida con cuestionamientos absurdos o demagógicos. Sana convivencia. Y de calidad. Lo demás es paja.


¿Para qué las carreteras?

Otro tema. El otro día alguien me empezó a hablar en un paradero de bus. “De dónde es usted?”. “De Chile”, le dije. Ahí irrumpieron por parte de él los elogios al expresidente y dictador Fujimori y Pinochet. No alcancé a replicarle porque tuve que irme. Argumentaba que ambos personajes habían tenido “mano dura” pero que habían hecho progresar a Perú y Chile, porque habían construido carreteras.

Lo que no me dijo esta persona y por suerte yo lo sé, es que en general las carreteras en ambos países sirven para extraer recursos naturales como madera, pescados, mariscos, minerales y que el pueblo muy poco es lo que goza con esos “progresos”. La naturaleza en Chile está siendo devastada, para eso han servido fundamentalmente las carreteras.

Tampoco me dijo el señor del paradero que Fujimori está preso por innumerables delitos, entre los que se cuentan decenas de crímenes. Tampoco me dijo que Pinochet murió con arresto domiciliario por asesino y ladrón.

Qué fácil es decir tonterías en una esquina cualquiera.