Del otoño y otras decisiones…

Pulso considera oportuno publicar este artículo que es revelador de las reflexiones de muchos latinoamericanos que emigran a Canadá y que una vez radicados en el país experimentan variados sentimientos.

Colaboración especial
de Katerine Castro Díaz

Me encanta el otoño. Una gama de amarillos, verdes, rojos y púrpuras empiezan a pigmentar el paisaje anunciando la inminente llegada del invierno. El otoño canadiense es vistoso, policromático, pero corto. Cualquiera que vive aquí sabe que no dura más de cuatro semanas, si somos muy generosos; y nos prepara, en cambio, para sumergirnos en un invierno largo. Es un referente melancólico: lo bueno ha terminado, el reto se avecina. Pero aun así, me gusta.  Es la época de resoluciones, el período en el que la sociedad se organiza luego de la larga pausa del verano. El otoño es un borrón y cuenta nueva.

Tal vez sea eso lo que me llame la atención de esta estación: en el otoño veo reflejada mi travesía, ese cambio de vida que me ha conducido hasta aquí. Un proceso con el que he aprendido a vencer una y otra vez mis miedos, a tomar decisiones arriesgadas y a redefinir mi autonomía. Hace más de cuatro años vivo en Montreal, uno de los centros culturales más importantes de Canadá. Pero en realidad esta travesía no fue mi primer proceso de desarraigo.  Antes de venir, en otra época, había decidido dejar un empleo en mi ciudad natal, en el caribe colombiano, e irme a vivir a la capital, la fría Bogotá. Pero, hay que admitir, que allí compartía tanto la lengua como los mismos referentes culturales de mis coterráneos.

La migración a Canadá fue, sin duda, la que tuvo un mayor impacto en mi vida. A diferencia de muchos proyectos migratorios, esta decisión no fue motivada por cuestiones económicas. Fue producto de una búsqueda de realización plena, un deseo de explorar otros mundos; desafiar la zona de confort en la que mi pareja y yo nos encontrábamos. Con trabajos muy estables, queríamos experimentar más.

¿A dónde migrar? Canadá es reconocido por su apertura a la diversidad, igualdad y multiculturalidad; coincidía con los valores que anhelábamos. No solo nos lanzamos a empezar de cero, sino que lo hicimos en una ciudad con un bagaje cultural y lingüístico complejo. Con una considerable comunidad anglófona y una creciente población cuyo idioma materno no es ni el francés ni el inglés, Montreal ofrece un retrato multilingüe, único y cosmopolita que nos atrajo, pero que en la práctica fue conflictivo.

Todos los miedos que nunca sentí afloraron en este país: inseguridad, dependencia, incertidumbre, soledad. Pero a veces solo necesitamos un gran empujón, un estímulo para retarnos y empezar a construir una libertad auténtica, libre de prejuicios y expectativas; un salto hacia la verdadera construcción de nuestra autonomía o, como alguien decía, descubrir los miedos que nos hacen valientes. Y fue lo que esta transición significó para mí.

Mi meta al llegar era clara: quería trabajar en mi campo profesional, en asuntos públicos e internacionales. No importaba que nadie me conociera o que me tocara volver a empezar, al igual que cuando me fui a Bogotá. Para hacerlo, mi mayor desafío fue en el plano lingüístico. Aunque ya era bilingüe, pues hablaba inglés, crear un arraigo en Montreal y ubicarme a nivel productivo en mi profesión, implicaba irremediablemente la apropiación del francés. Era como aprender a hablar, ¡a los treinta y tantos! Luego, escogí hacer mi maestría también en una universidad francófona. La apropiación de la lengua en muchos ámbitos del día a día me implicó paciencia, dedicación y tomar decisiones con cabeza fría. Hoy veo los resultados de ese proceso. Todavía me sorprendo al verme en un ambiente laboral completamente francófono. Llevo mi vida cotidiana de manera indistinta en inglés o francés.

Solo llevo cuatro años aquí y ha valido la pena. Este proceso migratorio no solo me ha ayudado a descubrirme como persona, sino también como mujer-profesional. En Canadá exploré facetas de mi formación que no conocía, dentro y fuera de mi carrera. Actualmente, trabajo como Consejera de Comunicaciones y Asuntos Internacionales en una de las universidades francófonas más grandes del mundo, la segunda con mayores recursos de investigación en Canadá. Muchos me dicen que tuve “suerte” al conseguir rápidamente un puesto calificado, en mi profesión. No lo creo.  La “suerte” se construye, no es casual. Estoy segura que como mi historia, hay muchas otras, con distintos matices y colores. Muchas mujeres migrantes han sabido aprovechar su experiencia para convertirla en el punto de partida de ésa, su travesía. Quién sabe si, como en el caso del otoño, ese sueño migratorio sea el preludio de un nuevo comienzo: el borrón y cuenta nueva.

*Versión editada del artículo publicado inicialmente en Mujeres en Travesía (www.mujeresentravesia.com)