Con buen ritmo dejando huellas

CÉSAR SALVATIERRA CASTILLO

A mis veintitantos, mi gene-ración se pasea por las calles, proyectando su futuro sea aquí como en alguna otra parte (en esa otra parte está incluido el regreso a su tierra).

Hablo de latinoamericanos.

Gente con proyectos de vida y de desarrollo, todos los desarrollos. Al entrar al metro, creo que usted, querido lector, se identificará con esta escena: va usted bajando las escaleras de la estación y entre la masa de gente que entra y sale, reconoce las facciones de algún latinoamericano como usted. Otras veces, sentado en algún lado o en marcha, cuenta los minutos que le quedan para que no se le pase el bus (si es que no ha pasado ya) cuando de pronto escucha alguna conversación en español. Si usted está cerca y por inercia se refleja su mirada en quien está hablando, una pequeña sonrisa se dibuja, una especie de reconocimiento cultural : sí, soy latino(a) también. Por un momento se siente usted como si acabara de salir de su casa, allá en su país, y haberse cruzado con alguien que conoce.

Sigue su camino como quien respira un aire conocido y escondido entre las hojas de otoño. Aquellas personas que usted cruza en la calle son de veintitantos, cuarentitantos, y tantas otras edades, generaciones de inviernos acumulados y primaveras prometedoras aquí en Montreal. Y entonces se pregunta, me pregunto, lo que estas generaciones habrán vivido, cómo se habrán adaptado.

En algún lado leí que a los latinoamericanos nos es fácil adaptarnos al medio social que un país anfitrión nos propone. Saco mi celular para buscar la referencia y me topo al escribir la frase “Latinoamérica-Montreal”, un sinfín de instituciones… Leí bien, “instituciones”. Carajo, me digo, ¿desde cuándo una comunidad tan diversa en su composición ha logrado institucionalizarse en un medio tan lejano y ajeno al de su espacio geográfico, allá muy al sur? Ya con esa información la idea hace impacto.

En una de esas conversaciones muy ajenas a uno, es decir cuando uno está muy calladito y atento, escuchaba sobre los chilenos que llegaron antes y durante la dictadura de Pinochet. Esta ola de inmigrantes llegó ya con una conciencia política de sociedad semejante al Quebec de la Revolución Tranquila. Tiene sentido, acoplarse al ritmo social permite adaptarse a la sociedad y establecerse con comodidad.

Al salir de la estación el hambre apremia. Los restoranes latino-americanos no faltan. ¿No es a-caso la comida una marca de identidad? El comercio se hace presente. Sumemos entonces a la búsqueda: “comercio, latinoamericano, Montreal” y verá usted: Cámara de Comercio Latinoamericanos de Montreal, una institución al servicio de quienes hacen empresa en Montreal conectados con America Latina. Y es que la presencia de lo que hoy como instituciones se ven ya formadas son el fruto de muchas generaciones precedentes. Cada generación de inmigrantes ha logrado establecer mediante su esfuerzo una entidad que represente y responda a la necesidad de mostrar nuestra identidad. Como al ritmo de una orquesta, cada instrumento de nuestro idioma, nuestra literatura, la gastronomía, la música, reflejan la evolución de nuestra presencia dentro de estas tierras y definen nuestra identidad.

Es verdad, debe ser mas fácil comprar arepas para el desayuno en Montreal que en Moscú. Pero hasta en Moscú existe una computadora o un amigo o amiga que nos pase esa película llegada en la maleta. Entonces solo nos queda apagar las luces y encerrarse en las historias de allá muy al sur. ¿Le ha sucedido que al salir del cine la realidad destila el efecto de haberse sentido en otro lugar? Ahora ¿no sucede también que aun tan lejos tantas cosas nos hagan sentir nuestras raíces?

La labor y el fruto de todas es-tas generaciones que con buen ritmo latino van dejando huella en Montreal. Sobre todo poner las bases para que las generaciones precedentes develen su potencial. Existen comités, asociaciones en las universidades, en municipalidades hoy en día que manifiestan su interés por nuestra cultura. Sobre todo compartirla.

Si el Quijote iba a buen galope lleno de vida en su mundo, los latinoamericanos con aquel idioma heredado tomamos un ritmo no tan Rocinante sino de orquesta.