Cielo naranja, casi rojo

FOTO: ALEXA

GERARDO FERRO ROJAS

1

Con las persianas arriba, el ventanal de la sala parecía una pequeña pantalla de cine. La película no era muy buena, pero era la única: el tronco de un árbol, una pared de ladrillos rojos en el tercio izquierdo, balcones, otro edificio a la derecha, otro árbol más allá, más balcones, paredes, ladrillos terracota, ni un solo rostro, ni un solo cuerpo. El cielo era gris y nevaba. Sentado en el mueble, justo enfrente del ventanal, él observaba la película mientras terminaba el café del desayuno. Ella se sentó a su lado.

—Va a estar nevando toda la semana —le anunció.

Y la semana apenas comenzaba.

2

El resto del día él estuvo en su almacén y ella en el suyo. Él cargaba cajas y ordenaba estantes; ella doblaba ropa y atendía clientes indecisos. El martes él tuvo clases en la mañana así que solo trabajó en el turno de la tarde; ella, en cambio, debió sonreír todo el día y vigilar que nadie se robara prendas del vestier. El miércoles fue todo lo contrario: ella trabajó hasta el mediodía y en la tarde asistió a sus clases, mientras que él atendió la caja registradora en la mañana y después de almuerzo pasó a la bodega. El jueves pudieron almorzar juntos en la cafetería de la universidad mientras hacían cuentas: el apartamento del tercer piso tenía balcón; la vista, por lo menos, sería diferente. El viernes se despidieron en la puerta del edificio y de regreso se encontraron en una estación del metro para hacer el último trayecto juntos. El sábado trabajaron todo el día y en la noche vieron televisión hasta quedar dormidos. El domingo pasaron la mayor parte del día en la biblioteca, estudiando lo que no habían podido estudiar durante la semana. La comida la prepararon entre los dos: hamburguesas caseras y café con leche. Afuera seguía nevando, él se acercó al ventanal y subió las persianas hasta el tope.

3

La película era la misma, pero de noche. El cielo naranja, casi rojo. La nieve caía lenta y abundantemente. Sentados en el sofá, viendo el ventanal, terminaron el café.

—La semana que viene seguirá nevando —anunció ella—, parece que nunca terminará de nevar.

De repente, al fondo a la derecha, se encendió una luz. La mirada de ambos se iluminó; vieron la silueta caminar hasta el borde de un balcón, irrumpir en la monotonía rojiza de puntos blancos para encender un cigarrillo. Miraron la escena por un instante, en silencio, bebiendo el café a sorbos lentos.

—Deberíamos ver ese apartamento del tercer piso —dijo él finalmente.

—Con lo que ganamos no creo que nos alcance.

—No importa, por lo menos deberíamos verlo.

Y permanecieron así, uno al lado del otro sentados en el sofá, el ventanal al frente como una pantalla de cine, observando la silueta en el balcón, esperanzados, deseando que jamás se moviera de ahí.